domingo, septiembre 02, 2012

PUEBLO BARÉ


            Escribo con el corazón en la mano.  Hay cosas que a veces redacto sin tener la menor gana de hacerlo.  Me pregunto, en una suerte de autoflagelación, si tiene sentido tratar cosas como esta que hoy abordo. Cuando empiezo a revisar las libretas de viajes, transcribir testimonios de los declarantes y consultar cifras  estadísticas de diferentes fuentes confieso que dan ganas de mandar todo ya saben donde… 
            Las últimas cifras oficiales de las que habla el Censo Nacional de los indígenas venezolanos son del año 2001, y aseguran que para aquel momento había 2.815 individuos de la etnia Baré, de los cuales apenas 305 continuaban habitando sus comunidades tradicionales, los restantes 2.510 estaban afincados en zonas urbanas.
           Este grupo humano pertenece a la familia lingüística Arawak, y es integrante del área cultural denominada Noroeste Amazónico.  Ellos han sido considerados como uno de los más aculturados del estado Amazonas, puesto que desde el primer contacto que tuvieron con extraños adoptaron otros modelos culturales en detrimento de la propia.  
Hasta bien entrado el siglo XVIII, me refiero al año 1737, ellos vivían en el actual Brasil. A partir de esa fecha, empezaron a ser sometidos a la  esclavitud por parte de los colonizadores portugueses. Las crónicas de entonces relatan episodios en los cuales fueron cazados como animales para ponerlos a labrar la tierra.  Esto fue el gatillo que disparó una oleada migratoria que los hizo adentrarse en territorio de la actual Venezuela, luego de remontar el río Negro hasta ocupar ambas márgenes del mismo, así como los ríos Guainía, Casiquiare y sus afluentes Baría, Siapa y Pasimoni.

Ellos fueron recreando esos nuevos espacios, e incluso su cosmovisión fue modificándose. En sus mitos más antiguos,  los Baré  nacían en una gran  piedra en la cual se originó el río Izana, en Brasil, por obra del dios Mapiluli.  En la actualidad, los sobrevivientes han generado la leyenda de La Piedra de Kurimakare, según la cual en dicha formación rocosa, ubicada  en la comunidad homónima, en Río Negro, del Amazonas venezolano, están dos hermanos que se enamoraron y el guardián Baré los castigó. Todo empezó en ese cerro cuando el hermano le dio a su hermana a beber pusana –un preparado de raíces que crecen en la zona– y ella consintió en hacer el amor con él. Ahora permanecen convertidos en piedra. 

Sin embargo, es historia conocida, y más que sabida, la inacabable letanía de abusos a los que siempre han estado sometidos los pobladores originarios de este continente. En 1838, Agustín Codazzi escribió sobre lo visto en esa área una carta que dirigió al entonces gobernador de Guayana: “El “Cantón Río Negro” se puede llamar una República distinta de la de Venezuela; allí no impera la ley, y sólo el capricho del jefe político y de sus subalternos alcaldes, que se dicen racionales, criaturas suyas, y que son otros tantos satélites…” No necesito extenderme en consideraciones o especulaciones del trato que deben haber sufrido ellos en aquellos tiempos.

Otro hecho  que contribuyó al casi exterminio de los Baré, fue la época de  explotación del caucho (Hevea S.P.), fundamentalmente de las especies Hevea brasiliensis y la H. benthamiana; iniciada  en la amazonía venezolana por el francés Auguste Trouchon  hacia el año 1860 en los territorios de Solano y el Bajo Casiquiare.

 
El horror de la explotación cauchera fue descrita  así por Lucien Bodard en su libro Masacre de indios en el Amazonas. “Epopeya espantosa en la cual se “sangraban” los árboles. Los “sangradores” eran mestizos subhumanos, a su vez sangrados por el trabajo de monotonía y fatiga inhumana, a quienes debilitaban todas las enfermedades y que morían en el abandono; sangrados también por los indios que a su turno los mestizos sangraban en masa en el matadero, en la matanza.” No creo necesario explicar que entre uno de los grupos diezmados por aquella masacre estuvieron los Baré. Fueron largos años de barbarie en la zona. 

Ello no impidió que estas comunidades subsistieran hasta bien entrado el siglo XX. En la década de los 70’ del citado siglo comenzaron a encenderse las alarmas sobre los riesgos de extinción del idioma de este grupo. En 1972 Rafael López Sanz, de la Universidad Central de Venezuela, realizó una investigación lingüística sobre la lengua baré; la cual sería utilizada luego, en 1982, por Esteban Emilio Mosonyi  y Omar González Ñáñez quienes comenzaron ese año una campaña de rescate de ese idioma. Para ello propiciaron la participación de hablantes ancianos de ese idioma, quienes transmitían su acervo lingüístico a sus nietos y bisnietos. Monsonyi y González  testimoniaron: “pudimos notar todavía la presencia de hábitos fonéticos (articulatorios) y morfosintácticas que reflejaban la presencia pasiva y subyacente del idioma materno indígena.”

Debo resaltar que antes de la llegada de este par de investigadores, también de la UCV, nadie tomaba en cuenta a los ancianos, pero con su labor desarrollaron “un trabajo de motivación e incentivación” a los abuelos y a los maestros indígenas de la zona quienes ya no usaban su lengua materna, y eso hizo que comenzara a recobrar prestigio la lengua ancestral. 

             Lamentablemente el esfuerzo de estos amigos antropólogos no recibió apoyo de ninguna institución. Como amargamente se quejara años después Gonzalez Ñañez “la gran cultura baré de Río Negro sólo quedó en algunas bibliotecas especializadas de trabajo de antropólogos y lingüistas pero la lengua baré en si se olvidó… se extinguió.”
 
Bajando desde Maroa por el río Guainía, esta el caserío Comunidad, una de las escasas poblaciones baré que aún pueden encontrarse en el fondo del territorio venezolano.  Sus típicas viviendas techadas de palos y palma aún se yerguen dignas  al lado de las paredes de cemento y techos de zinc, que ese animal feroz y omnívoro llamado progreso ha ido imponiendo por todos los rincones. 

Allí en Comunidad todavía se celebran las Fiestas de Dabukuri, una ceremonia sagrada de ellos en la que consumen yaraque, yucuta de seje, manaca, comen frutas y cabezones; realizan cacerías y pescan. Son tres días durante los cuales un grupo de hombres ejecutan los instrumentos musicales sagrados, escondidos en la selva y en curiaras que se desplazan por el río.  Al terminar se despiden con cantos ceremoniales como el kamalaladáni.


Por qué escribía al comienzo que a veces dan ganas de no seguir? Porque presenciar la agonía de un grupo humano como este, que ha resistido vicisitudes de todo tipo, deja un amarguísimo sabor en la boca. Saber que se es testigo de lo que tal vez sean las ultimas expresiones de manifestaciones culturales que tomaron siglos en conformarse, también es triste.  Te deja una pregunta en la piel que tal vez sea mejor no tratar siquiera de buscarle respuesta: ¿Será que vale la pena seguir tratando de regar estas raíces que nos han conformado para que algún día retoñen?

© Alfredo Cedeño

8 comentarios:

Amaia Villa dijo...

Creo que tiene que hacerte sentir bien que tú, con tus crónicas, haces posible que estas culturas permanezcan y no sean olvidadas como si núnca hubiesen existido.
En cuanto a desaparecer yo opino que lo terrible es cuando te hacen desaparecer, te arrancan, no te dan la oportunidad de elegir tu vida, como ha pasado tantas veces en la historia, incluido este pueblo del que hoy nos hablas.
Ahora comparto otra reflexión con la que no se si estarás de acuerdo pero también me nace. Los que ahora mismo quedan, yo opino, que tienen que tener la oportunidad de elegir como quieren vivir su vida y si alguno elige apartarse de esa comunidad e ir a vivir a la ciudad, siempre que sea porque quiere, porque es su elección, y no porque las acciones de otros hagan que no tengan otro remedio, a mí me parece bien, porque la tradición tiene que servir a mi parecer para hacerte sentir arraigo, pertenencia, identidad, y no para que te ate en contra de tus deseos tán solo por mantenerla aunque sea ancestral.

Un fuerte abrazo
Amaia

Anónimo dijo...

Querido Alfredo:
Tu labor es sumamente loable. Con tus escritos contribuyes a la concienciación acerca de todo cuanto se está perdiendo a causa del supuesto bienestar de las ciudades en contra de lo que debiera ser una vida en común unión con la Madre tierra que es lo que estas antiguas comunidades hacían, pero claro, la aparente opulencia de las comunidades "más desarrolladas" hace que estas personas abandonen sus costumbres, su lengua y sus raíces, cuando son ellos los que nos deberían estar enseñando a subsistir en la naturaleza. Vergonzoso lo que se ha hecho con ellos. Esta sociedad civilizada qu tanto festejamos tiene muchas cuentas que dar...
Gracias por ampliar nuestros horizontes.
Abrazos fuertotes.
Antonia María.

José Valle Valdés dijo...

Encuentro el artículo de mucho valer, amigo. Lo narras de una forma amena; pero, instructiva, que me llega con la debida inconformidad y el necesario llamado.
Te exhorto a no dejar de escribir sobre lo, verdaderamente, constructivo.
Escritos para el placer; sobran. Hoy, quizás, más que nunca, se hace necesario la literatura como arma; ésa que dice del mundo y nuestras calamidades; ésa que denuncia y protesta; ésa que va dirigida a que tomemos conciencia...El poder ha conseguido montar un gigantesco emporio, de informaciones chatarras, incongruencia beneficiosas al capital, tergiversaciones, etc. Y, el hombre, se ha dado a consumir literatura de entretenimiento... Han logrado que pensemos pocos y aceptemos que piensen por nosotros; así, nos someten, huérfanos de ideas propias, nos anulan.
Fuerte abrazo

José Rico dijo...

Muy bueno el artículo pero lsqa fotos son extraordinarias.

maria jose dijo...

se te agredece compañero, pertenezco al pueblo bare lo que me hace perseguir el pasado de mi gente, historia que se me es desconocida vivimos las costumbres y creencias desconocidas.

maria jose dijo...

se te agredece compañero, pertenezco al pueblo bare lo que me hace perseguir el pasado de mi gente, historia que se me es desconocida vivimos las costumbres y creencias desconocidas.

Anónimo dijo...

Hola, soy indígena baré. Agradezco publiques información sobre nosotros. Pero como sugerencia, no te limites a las publicaciones de investigadores, pues sus interpretaciones de la informaciòn que les suministran los indìgenas,generalmente no son las que el indìgena quiere decir, si no la que entiende el investigador. Llaman situaciones con nombres criollos que no necesariamente son las que queremos transmitir en el poco castellano que tendemos a mezclar con la gramàtica de nuestro idima materno.

Habla con los indìgenas, porque hoy muchos de ellos denuncian que antropologos y linûistas, se atrobuyen trabajos que fueron hecho por los indìgenas y les han sido robados.

En pocas palabras, si quieren hablar del mundo indìgena, pues que sean los indìgenas los que hablen de su mundo, no que otros vengan a hablar de un mundo que creen entender y, quienes somos indìgenas nos damos cuenta que no han entendido ni una quinta parte de lo que les decimos.

Anónimo dijo...

Buenas noches; tengo tiempo buscando información sobre esta etnia y encontré tu publicación, me pareció muy interesante, seguiré investigando para recopilar mas información sobre la historia de mi apellido y de la población bare. Te felicito

Saludos,

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