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sábado, marzo 31, 2012

LLAMAS


Entre candelas y rejas
los milagros saltan
transfigurados en flores,
y dejan una plegaria mínima,
casi transparente,
convertida en corona
sin espinas que laceren
el fervor de la gente pura.

© Alfredo Cedeño

martes, marzo 20, 2012

GARBO


Oro sobre mar y montaña
con agujeros que rompen
un ribete de plegarias,
el cielo lanza algarabías
como leves olas entumecidas
mientras deja rodar las nubes.

© Alfredo Cedeño

sábado, marzo 17, 2012

MAZO


Esta gavilla la hice de quimeras
y sonrisas y cuentos y cordillera,
con ella barro por mi vida y los cerros
las tristezas que nunca han servido
más que para hacerme sentir desconfiado.

© Alfredo Cedeño

domingo, febrero 05, 2012

VASALLOS DE LA CANDELARIA


Hoy en día la muy andina y pregonada ciudad de Mérida, y pido perdón a sus nativos en caso de que se consideren ofendidos, es un mazacote urbano. La otrora urbe bucólica se transformó en un ogro que ha ido devorando todo a su alrededor. Si mal no recuerdo, los economistas llaman eje de interpolación urbana esos procesos en los que varias comunidades adyacentes terminan fusionándose. Yo les digo eje de anexión forzada.

Años ha, Mérida era una localidad, La Parroquia otra, y Zumba igual. Algunos hablan de que esta última era una hacienda. Lo cierto es que hoy en día, ambos sectores no son más que suburbios de la capital merideña, pero entre ambas se ha ido macerando una manifestación cultural ya secular. Escribo sobre Los Vasallos de La Candelaria.



Asegura la tradición oral de esa zona que en Zea, a menos de kilómetro y medio de La Parroquia, y de ello no hay fecha precisa, pero algunos estiman que esto ocurrió hace casi siglo y medio, una señora y una tablita dieron origen a esta fiesta que hoy les traigo.




La doña mencionada estaba en su casa haciendo oficio y al ir al patio de su casa encontró una tablita. Ella no le hizo mucho caso al trozo de madera, pero, sin embargo se lo llevó adentro y lo guardó. Yo me imagino que entre el marido, las gallinas, la comida y los carajitos se olvidó de ella. ¿Quién no? ¡Oh sorpresa! Al día siguiente la bendita tablita estaba en el mismo sitio donde ella la había encontrado el día antes. Es de suponer que debe haberse recriminado de que ya no encontraba qué hacer con su cabeza y de nuevo la recogió y la guardó. Día siguiente… ¡La misma vaina! Primero fue donde la había guardado y allá…¡no estaba! Seguramente se santiguó, la recogió, la volvió a guardar y le puso encima un frasco de agua bendita. Naranja china, limón francés: al otro día doña tablita estaba otra vez en el mismo punto.






Se pueden imaginar el susto, y cuidado sino cagantina, de la señora. Así que optó por agarrarla y llevársela al párroco, quien, como quien no quiere la cosa, aprovechó de comentarle a la feligrés que tenía tiempo sin llevarle unos huevos y en lo que ella salió del templó puso en cualquier sitio la bendita tabla. Al día siguiente estaba la señora barriendo el patio y otra vez, en el sitio de siempre estaba ya saben quien. Con el agregado de que ahora se comenzaba a perfilar la imagen de la virgen de la Candelaria. Nuevamente a la casa cural y ahí el clérigo si que se puso serio y se olvidó de las ñemas y del vino de consagrar y de cuanto María Santísima le pudiera atravesar. ¿Se imaginan su cara? Total que en poco tiempo se comenzó a hacer una capilla en el lugar de su aparición, y la imagen quedó en el templo de La Parroquia. Desde ese entonces cada 2 y 3 febrero se realizan allí las fiestas en su honor.







De inmediato, al correrse la voz de estos hechos, los vecinos y feligresía de los alrededores comenzaron a acudir al templo y se organizaron en la Cofradía de los Vasallos de la Candelaria, que son quienes dieron origen y han mantenido viva esta tradición. Caracterizados por la vestimenta de colores vivos y la participación exclusivamente masculina, este grupo de creyentes de la virgen morena ensayan durante semanas y meses los diferentes toques y bailes que luego escenificarán los días de celebración. Cada uno de ellos se dedica con el mayor esmero imaginable a preparar sus trajes, estos responden a un patrón común que es pantalón bombacho a la rodilla, camisa, capa y un sombrero; cada una de estas piezas es decorada al gusto y saber de cada cofrade, tratando cada uno de hacer que el suyo sea el más vistoso.






Podría escribir páginas y más páginas sobre esta fiesta, sus interpretaciones y mil otros tópicos. Pero, ¿cómo se describe la fe e inocencia de quienes transforman en belleza una ristra de objetos vulgares y silvestres? ¿Cómo se explica el ritmo que se va trasmitiendo de generación en generación sin más otra partitura que la propia convicción de estarse labrando un camino al cielo? ¿Cómo les narro la emoción febril de un grupo de niños que, con seriedad propia de su edad y absortos en sus fantasías vuelan sobre las montañas que circundan a esas tierras?




Si al comienzo de algún febrero andan por esta ciudad y deciden ir a ver a Los Vasallos, no crean delirar, ni se sientan como la doña que encontró la tablita. Seguramente así se sentirán cuando, en cualquier rincón de los alrededores de la iglesia, vean algún ángel que maraca en mano estará empinándose sobre sus pies para terminar de crecer y él también ser un Vasallo.

© Alfredo Cedeño

martes, diciembre 20, 2011

BROTES


Contra las piedras quisieron partirme el corazón
pero siempre me retoñó en las orejas
con cada palabra que mi marido dejó en ellas.
Así llenamos de surcos mi cara,
fue como hicimos este barbecho de quereres
que me revienta por la orilla de la mirada.

© Alfredo Cedeño

sábado, julio 31, 2010

CATEDRAL DE MÉRIDA

Mi fascinación por los templos proviene de cuando Táriba era un poblado independiente y lejano de ese monstruo pantagruélico en que se ha convertido San Cristóbal, y que ha terminado tragándosela.

Años ha, en una oportunidad en que recorría el estado Táchira llegué un lunes de mañana a ver la fiesta que significaba el mercado taribero: todas las calles llenas de cualquier clase y tipo de hortalizas, frutas, flores y cacharro de barro, peltre o plástico. Después de andar y desandar aquella babel andina de objetos, y no teniendo donde más descansar, entré buscando reposo a la basílica de La Consolación.

En un lateral del templo alcancé a ver una señora de porte muy digno que llevaba casi a rastras a un mocoso de pantalones cortos y gruesos lentes que denunciaban su miopía. La mujer luego de arreglar su velo y sentar al niño a su lado se arrodilló y comenzó a bisbisear sus rezos; mientras su acompañante se deslizó hacia las velas que alumbraban el altar de San Caralampio. Al poco pude oír a la mujer decir con voz firme: Mire José Humberto, respete siquiera la memoria de monseñor Fernández Feo y deje de estar jugando con las velas que esos no son chochecos, ni siga poniendo el bubute cerca de la candela que le voy a dar y después sale de apatusquero que las turmas como que las tiene de adorno.

Por razones que no vienen ahora al caso, ayer viernes 30 de julio pasé en volandas por Mérida y ante su catedral no pude resistirme a entrar y robarle a Dios los gestos de su feligresía que, tal vez con la misma inocencia que alguna vez tuvo José Humberto, siguen llevando sus preces en medio de gestos que manifiestan su fe.






















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