sábado, enero 21, 2012

FRANCISCO "PACHO" FLORES


Corría el año 2007, y, por razones que no vienen al caso ahora, estaba yo caminando por los jardines internos del Convento San Francisco de Asís, en La Habana Vieja, cuando comencé a escuchar un sonido, que no podía definir de un todo. Era como una película en el que el silbato de una vieja locomotora anunciaba su llegada a la estación. Confieso que al mismísimo comienzo me estremecí. De inmediato recordé a mi abuela, a quien Dios ha de tener en su santa gloria, quien solía decir: “Todo carajo malo es cobarde…”

Lo cierto es que mi sempiterna averiguadera no se dejó amedrentar por el miedo que podía imponer aquel sonido que no alcanzaba a descifrar. En medio de un sombrío pasillo distinguí las espaldas de una persona que vestía una camisa de color lila muy tenue. ¡De nuevo los recuerdos de mi abuela se revolvieron! Ella decía que ese era el color del Ánima Sola… Afortunadamente, en ese momento aquella figura se puso de perfil y ¡era él!, ante lo cual finalmente respiré y el valor me volvió al cuerpo.



El día anterior había estado en un concierto que se llevó a cabo en el auditórium Amadeo Roldán, dirigido por el maestro César Iván Lara, donde él había estado como trompeta solista. Habló de Francisco Flores, pero al que todo el mundo conoce en el ambiente musical como Pacho Flores; y que en estos días ha estado de boca en boca, por el contrato que recién firmó con la Deutsche Grammophon, de Alemania, que es la disquera de música clásica más importante del mundo.



Pacho, como se suele presentar él mismo, habla con esa cadencia propia de los hijos de tierra tachirense. Su juventud es inversamente proporcional a la destreza y madurez con la cual ejecuta su instrumento. Él comenzó a estudiar música a los ocho años con su propio padre y con Carlos Cárdenas, para luego continuar con Miguel Ángel Espinel, para luego irse a Caracas –a los 17 años- a proseguir su formación en el Instituto Universitario de Estudios Musicales, bajo la tutela de Eduardo Manzanilla. De ahí pasó, en el 2005, al Conservatoire National de Region de la Ville de Rueil-Malmaison, Francia, donde recibió el Diploma de Perfeccionamiento.




A partir de ahí Pacho ha venido deslumbrando con sus ejecuciones al mundo entero. Esa tarde que le conocí estaba “calentando” para horas después participar en un concierto de música de cámara que se llevó a cabo en la Basílica Menor del ya mencionado Convento San Francisco de Asís. Tocó en compañía de la pianista cubana Pura Ortíz, quien se deshizo en halagos con el “muchacho”. Ese día el cierre fue de gloria. Junto a Ortiz y Pacho estuvieron las cuerdas de Luis Quintero Santamaría y las voces de William Alvarado e Idwer Álvarez.




Recuerdo que esa tarde, en la que yo, impertinente confeso y reiterado, lo fastidié hasta más no poder acribillándolo con cuanta pregunta se me pudo ocurrir, sin que eso le hiciera perder el buen talante y humor, me comentó: “yo se que tengo que ir poco a poco, nadie empieza desde atrás, y me toca comerme las verdes, pero ya me tocará el tiempo de las maduras”.



Fueron horas las que estuve jodiéndole la paciencia a Pacho, hasta que Idwer Álvarez llegó a zafarlo de mis fotos y preguntas. Era hora del concierto. Cuando Pacho comenzó a tocar entre las paredes de la antigua iglesia, ahora devenida en sala de conciertos por obra y mando de los creadores del “Hombre Nuevo”, un silencio espeso de plegarias añejas nos arropó. Un espectador de estampa actual, con pelo teñido y arete en sus orejas, sólo atinó a inclinarse y contemplarse las manos; su aire absorto hacía evocar a los viejos frailes orantes. A fin de cuentas: ¿qué es el talento? Cada día me convenzo más de que es la mejor forma que Dios ha encontrado para manifestarse y dejar su huella en las orillas de los sentimientos de cada quien…

© Alfredo Cedeño


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