En
mi niñez, la radio era lo que hoy son las consolas de videojuegos, y demás
chismes tecnológicos con los que suelen entretenerse los locos bajitos
actuales. Mi abuela tenía un gran radio
en el que oía a primeras horas las noticias, luego la “novela” donde ocupó por
largos años un sitio destacado El Gavilán, cuyas aventuras trepidantes me hacían delirar hasta el infinito mientras
contemplaba el mar sentado al lado de la inolvidable vieja Elvira.
Luego
de las novelas venía música y en aquellos tempranos años 60 era el rey de los
compases un tocayo: Alfredo Sánchez Luna, quien era más conocido como Alfredo
Sadel. Aún recuerdo una mañana que le oí cantando:
Toledo, mujer española
con ojos de acero que el cielo besó,
princesa que el Tajo bañara,
boca que tostara la lumbre del sol.
Orgullo de nueva
Castilla, flor de maravilla que envuelve un mantón,
puñal que tus ojos
clavaron en medio de mi corazón.
Años más tarde supe que la había
escrito un mexicano de nombre tan largo como su talento y obra: Ángel Agustín
María Carlos Fausto Mariano Alfonso Rojas Canela del Sagrado Corazón de Jesús
Lara y Aguirre del Pino, pero que fue conocido como Agustín Lara.
Mucho
tiempo después, cuando Plácido Domingo grabó la llamada Suite Española, CD en el
que homenajeaba al autor de Granada, Murcia, Silverio Pérez, entre otras, fue
un revival de aquella repetición de la
pieza que cantaba Sadel y cuya última estrofa dice:
Toledo, la tizona tus
letras grabó
fundiendo en una hoja
nobleza y valor.
Acero de unos ojos que
saben mirar
y matan como mata un
puñal.
En
este punto quiero hacerles una confesión, so riesgo de que algunos de ustedes
que padecen de mi amistad, se dediquen a hacer el respectivo mal uso de lo que
a continuación escribo. En aquella época
de niño gordo, ignaro, consentido de Elvira y feliz, cuando oía aquello de “la
tizona tus letras grabó”, me quedaba dándole vueltas a la frase. Me preguntaba
una y otra vez, ¿cómo será que le graba las letras a la tizana? ¿Será que le
ponen una letrica a cada pedacito de fruta? ¿Cómo será eso?
Mi ignorancia
de muchacho glotón la superé cuando, en clases de literatura con vanos intentos de desasnarme, me explicaron que La Tizona era una de las
espadas del Cid Campeador; la cual había sido del rey Búcar de Marruecos y a
quien el Cid se la ganó en Valencia.
Pero, basta de vueltas y revueltas y sigamos en lo que hoy traigo como
tema y que, como bien han visto ya a esta altura, tanto por el título como por
las imágenes, trata sobre la muy castiza ciudad española de Toledo.
En la
tradición oral se asegura que esta localidad fue fundada por Hércules. Sin
embargo, al ceñirnos al campo científico encontramos que fue una ciudad de
origen carpetano. Este pueblo fue una tribu prerromana, parte de los pueblos
celtíberos que habitaban el oeste y el norte de la Península Ibérica.
Se sabe que el
año 192 a .C.
la ciudad fue tomada por el cónsul romano Marco Fulbio Nobilior, quien
construyó Toletum sobre las ruinas carpetanas. Al cabo de varios siglos, a
partir del V de nuestra era, los pueblos bárbaros se dedican a hostigar a las
fuerzas romanas. Fue así como esta zona
fue ocupada por los alanos en el 411, para siete años después terminar en manos
visigodas.
Siglo y medio
más tarde, tanto como en el 569, el rey visigodo Atanagildo instaló su Corte en
Toledo y con el rey Leovigildo pasa a ser capital del reino hispano-godo, que
fue el primer Estado peninsular independiente. Durante esta etapa visigoda (que
va del siglo VI al VIII) la ciudad se distingue como sede episcopal y de
concilios; lo cual le otorgó gran importancia civil y religiosa.
Pero,
comenzando el VIII los moros llevan a cabo su conquista y fue así como Toletum
se convirtió en Tulaytulah. A fines de
ese siglo la España
musulmana era gobernada por el emir árabe Alhakén I. Toledo era una ciudad, si
bien sometida al emir, con autonomía propia. Alhakén no quiso seguir sabiendo
de libertades así que mandó como gobernador de Toledo a un muladí -un converso al islamismo- de su absoluta
confianza, algunos afirman que de nombre Amrú y otros que Ambroz. Lo cierto fue que el muy bellaco con la
excusa de celebrar su nombramiento, invitó a palacio a las personas más
destacadas, ricas e influyentes, que al parecer eran más de 400.
Para hacerles
breve el cuento, el tierno y efusivo anfitrión hizo que los degollaran a todos
y mandó arrojar sus cabezas a un foso preparado de antemano para tales fines…
dicho suceso pasó a ser conocido como “La Jornada del Foso”.
No
será hasta bien entrado el siglo XI, en 1085, cuando Alfonso VI se ocupa de la
reconquista cristiana; y fue virtud de él hacer de Toledo una ciudad tolerante
entre las culturas establecidas en la ciudad, donde cristianos, musulmanes y
judíos convivían en paz con sus iglesias, mezquitas y sinagogas.
Más
adelante, en el siglo XIII, Alfonso X El Sabio estableció allí la muy célebre Escuela
de Traductores. Ello hizo que la
danza de transcripciones de textos árabes y judíos, así como traducciones de
obras del pensamiento griego convirtieran a Toledo en el centro intelectual
europeo.
Al siglo
siguiente esa convivencia pluricultural se fue a la mierda, y perdonen lo soez,
pero no hay mejor manera de definirlo. La persecución a los judíos y el empeño
en cristianizarlos terminó desembocando en esa imbecilidad que fue el Tribunal
de la Santa
Inquisición. Todo esto
fue aliñando la decisión de los Reyes Católicos, digo que envalentonados por lo
que significaba que el genovés hubiera descubierto nuevas tierras, de expulsar
a los judíos en 1492, quienes estaban establecidos en Toledo desde la época
visigoda… ¡Ay humanidad, divina inclemencia!
He
hecho este vuelo de leves roces sobre este pueblo cuyo casco histórico conserva
sus mismos sinuosos callejones. Uno, al andar por entre ellos, bien sabe que
por allí deambularon Cervantes, Góngora, ese mago del trazo llamado Doménikos
Theotokópoulos y que conocemos como El
Greco, y dejémoslo hasta ahí. Bien dijo Julio Caro Baroja: “Toledo, en sí,
es un lujo que tiene España”. España y el mundo, afirmo yo.
Esta
ciudad es la misma que Cervantes deja en El
Quijote en once citas pero que la describe en aquel trozo: “Estando yo un
día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y
papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los
papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un
cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser
arábigos.”
Toledo de
Cervantes y Agustín Lara, quien la describió con precisión quirúrgica:
Toledo, lentejuela del mundo eres tú
que adorna un soberbio
capote de luz.
Es
la Toledo de El Entierro del Conde de Orgaz, pieza
sublime de El Greco, en la iglesia de Santo Tomé. ¡Esas figuras largas que parecen
se van a subir por el techo para irse al cielo!
Y en el cielo Dios, la
Virgen , Jesús, los ángeles, San Pedro con sus llaves, aquel
mundo de muertos vivos. La cara de la muchacha
con la antorcha abajo a la izquierda, la única que parece que no le quita a uno
el ojo de encima. Te mueves para ver si
no te ve y qué va, donde te metas ahí estará mirándote.
Toledo
es historia nuestra, de allí venimos y ojalá logremos su misma permanencia, la
que le ha permitido resistir cientos de embates. Toledo: pedazo de morería
judaica ibérica que se me amalgama en el pellejo cuando la camino.
© Alfredo Cedeño
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