domingo, mayo 05, 2013

TOLEDO

       En mi niñez, la radio era lo que hoy son las consolas de videojuegos, y demás chismes tecnológicos con los que suelen entretenerse los locos bajitos actuales.  Mi abuela tenía un gran radio en el que oía a primeras horas las noticias, luego la “novela” donde ocupó por largos años un sitio destacado El Gavilán, cuyas aventuras trepidantes me hacían delirar hasta el infinito mientras contemplaba el mar sentado al lado de la inolvidable vieja Elvira.

 
            Luego de las novelas venía música y en aquellos tempranos años 60 era el rey de los compases un tocayo: Alfredo Sánchez Luna, quien era más conocido como Alfredo Sadel. Aún recuerdo una mañana que le oí cantando:
Toledo, mujer española con ojos de acero que el cielo besó,
princesa que el Tajo bañara, boca que tostara la lumbre del sol.
Orgullo de nueva Castilla, flor de maravilla que envuelve un mantón,
puñal que tus ojos clavaron en medio de mi corazón.
Años más tarde supe que la había escrito un mexicano de nombre tan largo como su talento y obra: Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso Rojas Canela del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, pero que fue conocido como Agustín Lara.
 
           Mucho tiempo después, cuando Plácido Domingo grabó la llamada Suite Española, CD en el que homenajeaba al autor de Granada, Murcia, Silverio Pérez, entre otras, fue un revival  de aquella repetición de la pieza que cantaba Sadel y cuya última estrofa dice:
Toledo, la tizona tus letras grabó
fundiendo en una hoja nobleza y valor.
Acero de unos ojos que saben mirar
y matan como mata un puñal.
 
            En este punto quiero hacerles una confesión, so riesgo de que algunos de ustedes que padecen de mi amistad, se dediquen a hacer el respectivo mal uso de lo que a continuación escribo.  En aquella época de niño gordo, ignaro, consentido de Elvira y feliz, cuando oía aquello de “la tizona tus letras grabó”, me quedaba dándole vueltas a la frase. Me preguntaba una y otra vez, ¿cómo será que le graba las letras a la tizana? ¿Será que le ponen una letrica a cada pedacito de fruta? ¿Cómo será eso?
 
Mi ignorancia de muchacho glotón la superé cuando, en clases de literatura con vanos intentos de desasnarme, me explicaron que  La Tizona era una de las espadas del Cid Campeador; la cual había sido del rey Búcar de Marruecos y a quien el Cid se la ganó en Valencia.  Pero, basta de vueltas y revueltas y sigamos en lo que hoy traigo como tema y que, como bien han visto ya a esta altura, tanto por el título como por las imágenes, trata sobre la muy castiza ciudad española de Toledo.
 
En la tradición oral se asegura que esta localidad fue fundada por Hércules. Sin embargo, al ceñirnos al campo científico encontramos que fue una ciudad de origen carpetano. Este pueblo fue una tribu prerromana, parte de los pueblos celtíberos que habitaban el oeste y el norte de la Península Ibérica.
 
Se sabe que el año 192 a.C. la ciudad fue tomada por el cónsul romano Marco Fulbio Nobilior, quien construyó Toletum sobre las ruinas carpetanas. Al cabo de varios siglos, a partir del V de nuestra era, los pueblos bárbaros se dedican a hostigar a las fuerzas romanas.  Fue así como esta zona fue ocupada por los alanos en el 411, para siete años después terminar en manos visigodas.
 
Siglo y medio más tarde, tanto como en el 569, el rey visigodo Atanagildo instaló su Corte en Toledo y con el rey Leovigildo pasa a ser capital del reino hispano-godo, que fue el primer Estado peninsular independiente. Durante esta etapa visigoda (que va del siglo VI al VIII) la ciudad se distingue como sede episcopal y de concilios; lo cual le otorgó gran importancia civil y religiosa.
 
            Pero, comenzando el VIII los moros llevan a cabo su conquista y fue así como Toletum se convirtió en Tulaytulah.  A fines de ese siglo la España musulmana era gobernada por el emir árabe Alhakén I. Toledo era una ciudad, si bien sometida al emir, con autonomía propia. Alhakén no quiso seguir sabiendo de libertades así que mandó como gobernador de Toledo a un muladí -un converso al islamismo- de su absoluta confianza, algunos afirman que de nombre Amrú y otros que Ambroz.  Lo cierto fue que el muy bellaco con la excusa de celebrar su nombramiento, invitó a palacio a las personas más destacadas, ricas e influyentes, que al parecer eran más de 400.
 
Para hacerles breve el cuento, el tierno y efusivo anfitrión hizo que los degollaran a todos y mandó arrojar sus cabezas a un foso preparado de antemano para tales fines… dicho suceso pasó a ser conocido como “La Jornada del Foso”.
 
            No será hasta bien entrado el siglo XI, en 1085, cuando Alfonso VI se ocupa de la reconquista cristiana; y fue virtud de él hacer de Toledo una ciudad tolerante entre las culturas establecidas en la ciudad, donde cristianos, musulmanes y judíos convivían en paz con sus iglesias, mezquitas y sinagogas.
 

            Más adelante, en el siglo XIII, Alfonso X El Sabio estableció allí  la muy célebre  Escuela de Traductores.  Ello hizo que la danza de transcripciones de textos árabes y judíos, así como traducciones de obras del pensamiento griego convirtieran a Toledo en el centro intelectual europeo. 
 
Al siglo siguiente esa convivencia pluricultural se fue a la mierda, y perdonen lo soez, pero no hay mejor manera de definirlo. La persecución a los judíos y el empeño en cristianizarlos terminó desembocando en esa imbecilidad que fue el Tribunal de la Santa Inquisición.  Todo esto fue aliñando la decisión de los Reyes Católicos, digo que envalentonados por lo que significaba que el genovés hubiera descubierto nuevas tierras, de expulsar a los judíos en 1492, quienes estaban establecidos en Toledo desde la época visigoda… ¡Ay humanidad, divina inclemencia!
 
          He hecho este vuelo de leves roces sobre este pueblo cuyo casco histórico conserva sus mismos sinuosos callejones. Uno, al andar por entre ellos, bien sabe que por allí deambularon Cervantes, Góngora, ese mago del trazo llamado Doménikos Theotokópoulos y que conocemos como El Greco,  y dejémoslo hasta ahí.  Bien dijo Julio Caro Baroja: “Toledo, en sí, es un lujo que tiene España”. España y el mundo, afirmo yo. 

            Esta ciudad es la misma que Cervantes deja en El Quijote en once citas pero que la describe en aquel trozo: “Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos.”
 
            Toledo de Cervantes y Agustín Lara, quien la describió con precisión quirúrgica: 
Toledo, lentejuela del mundo eres tú
que adorna un soberbio capote de luz.
 

            Es la Toledo de El Entierro del Conde de Orgaz, pieza sublime de El Greco, en la iglesia de Santo Tomé. ¡Esas figuras largas que parecen se van a subir por el techo para irse al cielo!  Y en el cielo Dios, la Virgen, Jesús, los ángeles, San Pedro con sus llaves, aquel mundo de muertos vivos.  La cara de la muchacha con la antorcha abajo a la izquierda, la única que parece que no le quita a uno el ojo de encima.  Te mueves para ver si no te ve y qué va, donde te metas ahí estará mirándote.
 
            Toledo es historia nuestra, de allí venimos y ojalá logremos su misma permanencia, la que le ha permitido resistir cientos de embates. Toledo: pedazo de morería judaica ibérica que se me amalgama en el pellejo cuando la camino.

© Alfredo Cedeño
 
 

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