Desde
ayer, en términos formales, estamos en la celebración de las llamadas fiestas
carnestolendas, o Carnavales, como se dice más comúnmente. Son cuatro días de
una fiesta de fecha móvil, ya que las mismas se celebran de acuerdo a cuando se
vaya a celebrar la Semana Santa
de cada año. Es una regla medio enredada, como todo cuanto de la Iglesia viene. Y les
explico: resulta que el Carnaval se fija según el Domingo de Pascua, que a su
vez se establece para cuando sea la primera luna llena de la primavera del
hemisferio norte. A partir de ahí se cuenta de manera regresiva para establecer
46 días atrás el llamado Miércoles de Ceniza, día de comienzo de la Cuaresma.
En cuanto a la palabra Cuaresma
explico que con ella se refiere a los cuarenta días de ayuno previos al Domingo
de Pascua; y se cuentan 46 días y no 40 porque los seis domingos entre el
Miércoles de Ceniza y el Domingo de Pascua no son días de ayuno. Explicado esto, sigo con lo de la pachanga que
generalmente asociamos a estos días de celebración desenfrenada. Hay quienes afirman que las mismas son
reminiscencias de antiguas fiestas como es el caso de las Saturnalias y Bacanales,
hay incluso los que las entroncan con algunas fiestas andinas prehispánicas. En
este punto, he de confesarles, suelo perderme porque como decía mi abuela: no
sé que tiene que ver aquello que usamos para sentarnos con las pestañas.
Para ir abreviando, lo cierto es que
estas fiestas están asociadas fundamentalmente a países de tradición católica,
y en menor intensidad con los cristianos ortodoxos orientales; las culturas
protestantes usualmente no lo celebran o han ido estableciéndolo, por aquello
de que poderoso caballero es don dinero y sus ejecutorias han terminado por
atraer masivos visitantes con los consiguientes desembolsos del caso, tal como
ocurre en New Orleans, por ejemplo, donde su Mardi Gras es una verdadera
bacanal donde acuden miles y miles de personas cada año.
Ni hablar de Brasil, o Venecia,
México o España. En el caso de Venezuela
llegó de manos de los exploradores europeos, pero su manifestación más
atorrante fue la que se vivió a comienzos del siglo XVIII cuando fungió como
gobernador don Juan Josef de Cañas y Merino, quien al más rancio estilo de lo
que vivimos por estos días, impuso celebraciones de carnaval donde llegaron a
incluirse actividades de tanta ternura como descabezar patos y gatos desde las
monturas. Ahora bien, una vez superada
esa etapa de barbarie, los carnavales coloniales retomaron su jolgorio normal.
Hasta que a mediados de ese siglo el Obispo Diego Antonio Diez Madroñero decreto
la prohibición de los juegos de carnaval y estableció el rezo del rosario todos
los días de carnaval... Caracas tuvo que esperar a que el hombre de la iglesia
templara las patas para que el rezo del rosario desapareciera del carnaval y retornaran
las viejas costumbres.
De ahí en adelante, las crónicas todas
reseñan que el carnaval en Caracas eran días de jolgorio, y así fue hasta que
en 1928, bajo la férrea dictadura de Juan Vicente Gómez, un grupo de
estudiantes de bachillerato y de la incansable Universidad Central de
Venezuela, nuestra muy querida y admirada UCV, organizó La Semana del Estudiante que
terminó convirtiéndose en el primer acto realmente eficaz de rebeldía contra el
dictador que había convertido al país en su hacienda particular.
Los muchachos no hicieron más que
hacer gala de su profundo ingenio para burlarse del sátrapa. Eligieron a una
reina Beatriz I, cuyo nombre real era Beatriz Peña Arreaza quien debía ser
coronada en el Teatro Municipal. Los muchachos organizaron carrozas que recorrían
las cuatro calles que eran en aquel tiempo el casco de Caracas y en medio de
gran ditirambo uno de ellos cantaba:
Saca la pata lajá
Y el coro le respondía:
Ajá, ajá
Explico la carga venenosa de los amados “carajitos”,
el señor Gómez, como buen oriundo de Los Andes, solía utilizar esa interjección,
ajá, con frecuencia, por ello usaban esa respuesta en su coro. También debo
agregar que los estudiantes escogieron
al poeta Pío Tamayo, hombre que había sido perseguido del régimen para que
leyera un poema que había escrito a la reina en su coronación, y que en sus
versos iniciales decía:
Los miles de estudiantes,
cada estudiante, Reina,
es un mundo en promeso y un jardín de
tormentas,
han abierto hoy sus pechos sobre más infinitos…
Tamayo
luego de una larga cantidad de versos llegó donde desataría toda la rabia de la
elite gubernamental de aquellos tiempos al recitar:
Vos sonriente promesa de encendidos anhelos
y el nombre de esa novia se me parece a Vos:
se llama Libertad.
Decidle a vuestros súbditos
tan jóvenes que aún no pueden conocerla
que salgan a buscarla.
Para terminar de completar el
barullo Guillermo Prince Lara, reventó una lápida en honor a Juan Vicente Gómez.
No tengo que explicarles que hasta ahí llegaron las festividades de La Semana del Estudiante y que
Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Joaquín Gabaldón Márquez, Prince Lara, Tamayo y Antonio Arráiz, fueron trasladados de inmediato a la temida cárcel de La Rotunda.
Ante los desmanes oficiales la
muchachada restante en un gesto de sin igual hidalguía se entregó voluntariamente
a la policía declarándose culpables causando un desconcierto absoluto entre los
hombres del dictador. Ante aquella papa caliente se ordenó que esos 214
estudiantes fueran trasladados al castillo de Puerto Cabello, en el estado Carabobo
donde permanecieron 12 días. Eso generó
una crisis de la cual todavía se habla y escribe, y que significó el
surgimiento de la Generación
del 28, que podemos asegurar fue la madre de la Venezuela contemporánea.
79 años más tarde, aunque no en
Carnavales fue de nuevo la temeraria y noble gesta de los estudiantes
capitalinos, al comienzo, pero que tuvo el inmediato respaldo de sus pares en
todo el país, protestando contra el arbitrario cierre de la planta televisora
RCTV, lo que terminaría conduciendo a una de las mayores derrotas políticas del
ahora difunto Hugo Chávez, quien buscaba en referéndum constitucional del 2 de
diciembre de ese año modificar 69 artículos de la Constitución de 1999,
y conformar a Venezuela como Estado socialista.
Sin la pelea de calle dada por los
muchachos Chávez se hubiera salido con las suyas y por primera vez, desde las
multitudinarias jornadas cívicas del 2002, se comenzó a sentir de nuevo en la
calle el rechazo a una serie de propuestas de ese mal que nos aqueja desde hace
ya casi tres lustros.
Así llegamos a estos carnavales de
2014, que parecían iban a ser las típicas vacaciones que acá suelen convertirse
en un multitudinario éxodo interno y externo de vacacionistas
que suelen atiborrar playas, montañas, terminales y aeropuertos para escapar de
la rutina. En Venezuela esos días acostumbran ser de observancia casi religiosa y
son aguardados con fervor. Nadie esperaba que el viernes 7 de febrero, la
protesta de un grupo de muchachos en San Cristóbal, capital del estado Táchira,
en el occidente del país, iba a desencadenar lo que ahora vivimos y que las
tradicionales vacaciones de carnavales se convirtieran en una jornada que
permite anticipar la pronta caída de esta pesadilla hecha gobierno que hemos
vivido a lo largo de estos últimos 14 años. Pero es así.
A esta altura quiero hacer un aparte
para recordar a finales de los años 80 al camarógrafo Mario Cádiz a quien oí
por primera vez en los estudios televisivos
de la Universidad Simón
Bolívar referirse a un actor, cuyo nombre no viene al caso ahora citar, con voz
estentórea: “¡Ese no es más que un disfraz!” Esa frase comenzó ponto un
raudo despliegue y era usada para
definir a aquellos de posiciones poco serias y mas bien falsas. Por ello es que he escogido para ilustrar el
final de esta entrega un lote de imágenes de los “disfraces”, de una y otra
acera, sin que sean todos los que son, que han hecho de la vida política venezolana un perenne carnaval que
parece estar acabándose.
He dicho en diferentes instancias y
ocasiones que Venezuela no tendrá nunca cómo pagarle a su juventud las innumerables
ocasiones en las que ha dado la cara y sin vacilaciones se ha inmolado por el
país. Ya llevamos decena y media de muertos en estas tres semanas de protestas,
reprimidas de manera desbordada por un gobierno que cada día se encarga de
demostrar a los ojos del mundo su carácter vesánico, y la mayor cuota ha sido
puesta por los muchachos. Muchos interlocutores y “dirigentes” asumen poses de
preocupación y anuncian que es necesaria la dirección de un movimiento espontáneo
que puede llevar a la anarquía. A esos
que tanto se “angustian” les respondo que en diciembre de 1955 cuando la negra Rosa
Parker, con humilde y agotado gesto, se negó a pararse de su puesto en un
bus de Alabama para que se sentara un blanco, desencadenó lo que sería la mayor
revolución social de Estados Unidos que acabó con la segregación racial, y
permitió que surgiera un líder de la talla de Martin Luther King, quien
entonces no llegaba a los 26 años.
Cada momento histórico pare sus
propios dirigentes, ellos nacen de su seno.
No seamos mezquinos y egoístas con estos amados “carajitos” que han
dejado el pellejo en las calles para darnos un país libre. No debemos permitir
que de nuevo la recua de bueyes cansados que se han enquistado en las
direcciones de los partidos políticos, grupos económicos y organizaciones
empresariales sigan castrando a quienes han demostrado, como nadie, mayor y mejor amor por
esta tierra donde Dios nos otorgó el infinito privilegio de haber nacido.
© Alfredo Cedeño
3 comentarios:
Viendo tus magníficas fotos y leyendo tus textos pienso en cuántos traidores y cuántos mentirosos hemos soportado en estos quince años. Abrazos.
AM
Excelente trabajo Alfredo, que gran aporte grafico e historico nos has regalado,nada mas cierto en estos momentos de dolor y de luto, en donde el Carnaval dejo ver el verdadero rostro de los disfraces políticos,en vez de cubrirlo, se cayeron quitaron las caretas, lastima el precio que se ha tenido que pagar...
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