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jueves, agosto 25, 2016

PERENNE

  
Señor
tú que nunca me abandonas
mantén encendida la lámpara
y apagada la tristeza
hasta que las quimeras chispeen
los cielos se acerquen
la tierra entera germine
el viento asperje aromas
las olas no cesen de arrullarnos
los gemidos sean siempre alegres
la candela seque los infortunios
y tu brillo sea faro perpetuo.

© Alfredo Cedeño


miércoles, agosto 10, 2016

LETANÍA


Rastreé su señal con terca desazón y alguna desesperanza
hasta aparecérseme de estampa sinuosa y al desgaire:
en la leve huella fresca de una gaviota sobre el barro
con el rastro iridiscente de un caracol agonizante al sol
sobre el compás de las gotas de lluvia golpeando el lago
como las caléndulas mecidas por un viento fresco y seco
abajo de los pasos perdidos de los mendigos desdeñados
entre los incansables garfios de los abrojos del camino
desde la voz desbocada de los anónimos cantores populares
encima del lomo de un arcoíris derramándose matutino 
hasta en los bordes de las hojas de los plátanos de verano
en los entresijos de las veredas acordonadas por el estío
con quince fulgores de las rosas comenzando a marchitarse
sobre el milagro del beso que sepulta las cuitas de amor
como los abedules desnudos al borde de lejanas serranías
abajo de las carretas que todavía atraviesan los caminos
entre los dedos de los ancianos que desgranan el maíz
desde la espuma que saluda incansable sobre las olas
encima del quejido hermoso de los amantes al consumirse
hasta en la orilla de historias que narran los abuelos
en el fondo de las lagunas arropadas por mantas verdes
con la dulce agonía de la parturienta que se hace madre
sobre el costado abierto de las penas de quienes pecan
debajo de las piedras donde se guarecen los saltamontes
como las madrugadas arreboladas de los recién desposados
entre los cántaros llenos de leche fresca y espumeante
desde la ternura del niño que roza el lomo de su perro
encima de las carcajadas dolorosas del verdugo borracho
hasta los costados de las casas con paredes enjalbegadas
en el albur desquiciado de un tahúr que nunca supo ganar
con los relinchos de las quebradas entre las montañas
sobre las jícaras rebosantes de agua dulce del manantial
abajo de las huellas decoloradas en los arenales de Waikiki
como las capas que en mis sueños de niño me hacían volar
entre las espinas de un rosal alborotado por las ninfas
desde los ruegos elevados con ilusión en cruda alabanza
encima de las citas tronchadas en las aceras lloviznadas.

Una ringlera de parpadeos que me sacudieron sin piedad
hasta que el balbuceo de las estrellas en la madrugada
con raudas maniobras agitaron el fondo de mi lodazal,
todos se confabularon, desbarataron mi majadería de ser ateo
e hicieron salir las dudas en larga y tendida carrera.

© Alfredo Cedeño


miércoles, agosto 03, 2016

TEMPLO

 

Ningún río crece con aguas limpias, susurra el campesino

y coloca el ladrillo sobre la argamasa con gesto nítido.

Sus dedos salpicados de mortero acarician cada pieza
y sus ojos preñados de arrugas calibran la derechura.

Él escogió el mejor sitio dentro de su mayor barbecho
para con sus propias manos fabricar la menuda capilla.

El agua clara sólo se agarra después que se aplaca todo,
murmura y comienza una nueva hilada de la pared virgen.

Jesús es su nombre, Chucho le dicen todos en la montaña,
su devoción es vigorosa como la brisa que lo zarandea.

Dios me da salud y tierra, ¿cómo no hacerle una casita
si bien merece que le haga un palacio alto como el cerro?

Su voz desnuda resuena con gratitud al seguir el faenar,
y ahora pone una roca menuda que calza sobre el adobe.

Tampoco le haré una catedral, mis manos allá no llegan,
pero la campana suena y se oye lejos por el puro badajo.

Su trabajo es un repicar devoto que brota sobre la tierra
y su boca desgrana lentas palabras que son oraciones.

Así como la creciente alborota todo y deja el agua clara
estas paredes y un techo de palma ampararán después a Dios.

© Alfredo Cedeño
 

TEMPLO

 
Ningún río crece con aguas limpias, susurra el campesino

y coloca el ladrillo sobre la argamasa con gesto nítido.

Sus dedos salpicados de mortero acarician cada pieza
y sus ojos preñados de arrugas calibran la derechura.

Él escogió el mejor sitio dentro de su mayor barbecho
para con sus propias manos fabricar la menuda capilla.

El agua clara sólo se agarra después que se aplaca todo,
murmura y comienza una nueva hilada de la pared virgen.

Jesús es su nombre, Chucho le dicen todos en la montaña,
su devoción es vigorosa como la brisa que lo zarandea.

Dios me da salud y tierra, ¿cómo no hacerle una casita
si bien merece que le haga un palacio alto como el cerro?

Su voz desnuda resuena con gratitud al seguir el faenar,
y ahora pone una roca menuda que calza sobre el adobe.

Tampoco le haré una catedral, mis manos allá no llegan,
pero la campana suena y se oye lejos por el puro badajo.

Su trabajo es un repicar devoto que brota sobre la tierra
y su boca desgrana lentas palabras que son oraciones.

Así como la creciente alborota todo y deja el agua clara
estas paredes y un techo de palma ampararán después a Dios.

© Alfredo Cedeño
 

jueves, marzo 12, 2015

NOSTALGIA


Con displicencia aparente y sobre impoluto pavimento extraño
me asaltó sin rodeos
y me puso nudos en el cuerpo
hasta enlazarme más a la tierra momentáneamente lejana,
amargos días separado de una luna que no brilla igual
y aullidos en lontananza de una jauría inclemente
que muerde y desgarra
los pocos pecios restantes de nuestra comarca...

© Alfredo Cedeño

sábado, marzo 02, 2013

VIOLETA


Pétalos hechos oración que sorprende
rogativa taciturna e incierta que pedalea el alma
cristal sahumado ante daños gratuitos e inútiles
onda luminosa de almas en danza de paz
reposo de la guerrera que nunca regresará…

© Alfredo Cedeño



jueves, febrero 14, 2013

CARACAS NUESTRA

Ciudad nuestra que entregas el oro al cielo
líbranos de las balas que nos hacen caer
y entréganos la certeza de sabernos resucitados
con una mortaja de nubes que nos amparan
ahora y en la hora de nuestras muertes… Amén!

© Alfredo Cedeño

jueves, junio 28, 2012

PAISANA



Que la rabia no sea oración que me calme
y sea látigo que exija ley a sus agentes,
que mi plegaria sea un grito impertinente         
donde se sacudan los silencios del paisano,
que sus malditos escudos no puedan
ante la inutilidad de mi cruz de palos desnudos,
que mi gesto se teja firme como rosa de hilos
donde las sendas de la vida derroten a la fuerza.

© Alfredo Cedeño
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