Nunca encontré el camino de los encuentros para sufrir
ni las hojas arrancadas con rabia de los diarios de amor
ni los dolores escondidos en las ventanas quebrantadas
ni el sol escondiéndose triste en una nube para dormir
ni las lágrimas nocturnas de juegos ganados con trampa
ni los pasos resentidos de una viuda a punto de colapso
ni el cariño que se tuvieron los esposos ahora de lejos
ni las historias perseguidas por los matarifes de vida
ni los amores perdidos en la rutina profunda del amor
ni el compás de un canto de cisne que no sabe nadar
ni las sombras de amantes añejos disipados en un rincón
ni los azules de los ojos depravados que me desdeñaron
ni el aguacero ruin de los parques sin bancos ni naves
ni las ilusiones de los que pierden su fortuna de noche
ni los gestos difuntos de las novias desvistiéndose lentas
ni el anhelo sediento con que los amantes se esconden
ni las amplias cinturas de las doncellas entregándose
ni los rencores que se mueven sinuosos de madrugada
ni el prometer primoroso de los lirios cobardes y limpios
ni las misas largas cantadas al son de falsos perdones
ni los favores comprados en los mercados de New York
ni el caer de las hojas en otoño sobre los errores malditos
ni las flamas de las traiciones maritales en sus buhardillas
ni los juramentos sin destino ni sentido para ser felices
ni el perdón entregado al amparo de llantos poco alegres
ni las excusas adquiridas en los sótanos de la vida
ni los lloros de princesas sedientas de plebeyos sublimes
ni el paso sin destino de gente en romería a la congoja
ni las ingratitudes de fechorías que nada pudieron hacer
ni los recuerdos de una ira que se marca cruzando mayo
ni el vagido desconsolado de las penas más sencillas
ni las jaculatorias pregonadas en momentos de dolores
ni los vapores cruzando las bahías con danzas grises
ni el crujir de la candela de celos arrasando virtudes
ni las heridas que nunca pudieron alcanzar los consuelos
ni los necios criticando su manera poco normal de besar
ni el acorde acelerado de dos corazones sin poder follar
ni las zalemas de dos pianos lerdos de armonías perdidas
ni los besos enterrados en los patios de rosales viejos
para concluir haciendo mi inventario en tus pies golosos.
® Alfredo Cedeño
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