domingo, diciembre 11, 2011

TRUJILLANEANDO 10 (Pelea de gallos)


Quiero abrir esta nota de hoy con una declaración de principios: puedo cuestionar o criticar todo, pero siempre debo respetar lo que cada quien piensa o crea. Digamos que creo en el cacareado credo del libre albedrío, concepto filosófico echado a rodar por Santo Tomás de Aquino en la Edad Media.

Dejó asentado el tocayo del apóstol que necesitaba ver para creer: “En el hombre hay libre albedrío. De no ser así, inútiles serían los consejos, las exhortaciones, los preceptos, las prohibiciones, los premios y los castigos. Para demostrarlo, hay que tener presente que hay seres que obran sin juicio previo alguno”

Pasados algunos siglos después del citado hombre de la iglesia, en el XIX para ser exactos, el pensador alemán Schopenhauer arremetió contra ello y aseguró: “Tú puedes hacer lo que siempre haces, pero en algún momento de tu vida, sólo podrás hacer una actividad definida, y no podrás hacer absolutamente nada que no sea esta actividad”.
Bien sabemos que entre gustos y colores… ¡no digamos de pensadores!, que cada cual asegura tener los pelos de Belcebú apuñados en sus entendederas.

Para seguir dándole vueltas a la noria filosófica, que confieso estoy empleando para evitar ser declarado enemigo de la Sociedad Perpetua de los Comeflores y Defensores de las Causas Perdidas, quiero ahora citar a Fernando Savater. Él, en entrevista concedida al diario español El País, declaró: “Podemos conceder protección a los animales pero no derechos porque carecen de deberes y de conciencia para entender lo uno y lo otro. Los humanos no sólo sabemos sumar 2 y 2 y hemos inventado el chat, sino que evidentemente también volamos, nos camuflamos, y hacemos cualquier otra cosa que hagan los animales, en muchas ocasiones porque lo imitamos de ellos por medios técnicos”.

El pensador vasco también asegura en sus declaraciones: “La moral no es simplemente ahorrar sufrimiento sino compartir el reconocimiento de la libertad de elegir, que es lo que nos hace humanos”.

Preguntarán ustedes, y con razón, ¿a dónde pretende llegar éste hoy? Que estuve en una pelea de gallos organizada por unos campesinos trujillanos. No tengo que extenderme en cuanto a las loas y condenas que se suscitan alrededor de esa actividad; yo no condeno ni avalo dichas prácticas, pero esto también es una parte de nuestro país que ando empeñado en documentar. Los juicios, absoluciones y condenas se las dejo a los que sientan que puedan lanzar el primer peñonazo. Como bien algunos saben, y otros han de suponer, no soy muy amigo de que me despiecen cual puerco. Así que, con un ligero barniz de cultura general, les termino el cuento.

Se asegura que el origen de las peleas de gallos está en Asia, y que hace 2.500 años se celebraban en China. Se afirma que en Egipto, en la época de Moisés, eran el pasatiempo preferido de las masas.

Este animal era tema de adoración religiosa entre los sirios, mientras que los griegos y romanos lo asociaron a los dioses Apolo, Mercurio y Marte. En el siglo XVI, las peleas de gallos prosperaban en Inglaterra y cuando el rey Enrique VIII, se llevaban a cabo en el palacio de Whitehall. El juego se convirtió en un deporte nacional, a tal punto que a ciertas escuelas les fue requerido enseñar a los estudiantes sobre las peleas de gallos, en aspectos como crianza, traqueo y condicionamiento del animal.

Durante la Edad Media, en Francia, estos combates eran muy populares y ese país adoptó al animal como emblema nacional. Años más tarde asegura Irving Leonard en su obra: “Books of the Brave. Being an account of Books and men in the Spanish Conquest and Settlement of the Sixteenth-Century New World”, que tal practica llegó a América debido a que “Durante los viajes entre España y América, los pasajeros solían distraerse con peleas de gallos a bordo”.

En Venezuela hay referencias del año 1771, cuando el gobernador Manuel Centurión estableció en la Provincia de Guayana el estanco de guarapo y el juego de gallos, que producían anualmente 1.430 pesos en impuestos.

Actualmente en Venezuela estas jornadas, a la que algunos catalogan como deporte, se llevan a cabo en casi todo el país. En las montañas ubicadas entre Valera y La Puerta, en el estado Trujillo, 450 kilómetros al oeste de la capital venezolana, se realizan para conmemorar distintas fechas y celebraciones, días en los cuales campesinos como Oswaldo Carrizo preparan sus animales desde el día antes para luego acudir a una “gallera”, a la cual se llega luego de una larga caminata por medio de la montaña.




Allí se realizaron los enfrentamientos donde la palabra del gallero se respeta como única garantía en cada pelea.

© Alfredo Cedeño



Alfredo Cedeño

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