domingo, febrero 12, 2012

WASHINGTON DC


La capital estadounidense, Washington D.C., fue fundada el viernes 16 de julio de 1790. Las letras DC significan District of Columbia que, como bien suponen, se traduce como Distrito de Columbia. Digamos que es un distrito federal, tal y como lo especifica la Constitución de los Estados Unidos.



La idea de su creación tiene casi infinitas versiones, algunos dicen que fue en una cena, otros que fue una suerte de conjura malévola del grupo de próceres masones quienes llenaron de signos y símbolos a la nueva ciudad. Dan Brown en su última novela El símbolo perdido se hace eco de esa teoría para armar su obra. Sobre lo que no hay discusión es que fue el propio George Washington quien eligió la ubicación de la nueva urbe. Él seleccionó alrededor del río Potomac un área cuadrada de 10 millas (16 kms.) por lado, pero trazado de forma tal que su figura semejara la de un diamante. El área escogida abarcaba territorios del estado de Maryland, y la Mancomunidad de Virginia; incluyendo en su perímetro los pueblos de Georgetown, Alexandria y Hamburgh en la zona de Foggy Bottom.



La planificación y diseño de la ciudad naciente estuvo bajo la tutela del arquitecto francés Pierre Charles L'Enfant, quien había llegado al territorio estadounidense como ingeniero militar del Marqués de La Fayette. El urbanista galo formuló una propuesta inicial en 1791 con un estilo fundamentalmente Barroco, incorporando avenidas vastas y haciendo que sus calles principales confluyeran en enormes redomas o rotondas. Su diseño contemplaba tres avenidas principales que irían en sentido Este-Oeste, las cuales recibieron los nombres de los estados más importantes de ese momento. La más al norte de ellas sería la Massachusetts, Virginia la más al sur, y la Pensilvania sería la que uniría la Casa Blanca y el futuro Capitolio, que también estaba contemplado construir.




Debo explicar que en la actualidad el diamante concebido por Washington perdió la esquina ubicada al sur del Potomac, correspondiente a Virginia, y ese espacio, alrededor de unos 100 km², fue devuelto a dicho estado en 1847, y ahora conforma parte del Condado de Arlington y la ciudad de Alexandria.



Ahora bien, el corazón del Imperio, como gustan de imprecar muchos, es no sólo la sede del gobierno federal estadounidense sino que también se ha convertido en la sede de los llamados entes multilaterales. Me ocurrió más de un vez escuchar, en alguno de la infinidad de locales de todo tipo que hay en esta ciudad, conversaciones que por momentos me hacían dudar de mi ubicación espacio-temporal.



Puedo jurar que la virulencia y enjundia de “izquierda” me hacía pensar, invariablemente que estaba en un centro de estudios revolucionarios bolcheviques. Mi desubicación se tranquilizó siempre al ver los ID colgados de sus cuellos con cintas que anunciaban que eran funcionarios de la denostada Organización de Estados Americanos –OEA-, o del monstruoso Fondo Monetario Internacional –FMI-, tal vez del no menos infame Banco Mundial-, cuando no de la Organización Panamericana de la Salud -OPS o PAHO-, o cualquier otro de los tantos organismos multinacionales que aquí tienen su sede principal.


Confieso que siempre me sorprendía la queja unánime de estos personajes sobre la mala cara de los funcionarios de Inmigración, y su incapacidad de entender por qué a ellos no les otorgaban pasaportes especiales, para no tener que estar soportando las colas infames de ingreso… Cuando no de lo cara que está la gasolina, o de los buenos precios que se consiguen en el Potomac Mills o en las rebajas fabulosas de Tysons Corner

Quejas revolucionarias apartes, quiero dejar testimonio de mi subyugamiento por esta ciudad, y el que me quiera mentar la madre o acudir ante las oficinas de la venerable revolución a acusarme de contrarrevolucionario, reaccionario, o alguna otra de esas lindezas propias que acostumbra usar la izquierda exquisita, cabrona, incongruente y caviar: la asumo con la escasa dignidad de la que siempre he hecho gala.


Son infinitos los lugares y rincones por recorrer en esta ciudad. Prometo que en algún momento haré otra selección de las más de cinco mil imágenes que he ido realizando en ella. Y volveré a escribirles de cómo ese tigre feroz que aparenta ser, también es un mendigo rendido a los pies del bronce que -¡como en todos lados!- sirve de bacinilla a las aves, es un hombre que parece asombrarse ante las nalgas desnudas de un querubín.



Washington DC puede ser un adolescente que acude a un muro contemporáneo de los lamentos para llorar por sus muertos caídos en guerras absurdas. Es una urbe donde el sincretismo de chinos, negros, latinos y sajones se encuentra en cualquier esquina; pero que en realidad es una abuela que reposa en cualquier banco capaz de volarle la cabeza a cualquier viandante que crea poder arrastrarla sin misericordia.

© Alfredo Cedeño

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