El cielo se llena asustado de borregos inmaculados
y el suelo se ahoga en sus llantos claros
mientras una adolescente bestial aspira un gramo de coca.
Las naranjas caen sin terminar de llegar al piso
y el sol es una mandarina que se desgaja
a la par que un mancebo se masturba en un baño público.
Las calles desalojan las almas de los peregrinos
y las esquinas son patíbulos altisonantes
donde una plegaria no encuentra altares de destino.
El dolor es una ramera que azota la tarde
y la ausencia sin regresos de un amigo impecable
revolotea sin descanso sobre la memoria implacable.
® Alfredo Cedeño
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